Kruchenykh, Aleksei

Kruchenykh, Aleksei

Aleksei Yeliseyevich Kruchyonykh vino al mundo el 9 de febrero de 1886. Fue un poeta, artista y teórico ruso, considerado posiblemente uno de los poetas más radicales del futurismo ruso, un movimiento que contó con la participación destacada de Vladimir Mayakovsky, David Burliuk y otros talentos.

Con la firme intención de forjarse como artista, se matriculó en la Escuela de Arte de Odessa y en la Escuela de Pintura, Escultura y Arquitectura de Moscú. Allí publicó sus caricaturas y realizó exposiciones ocasionales para sostenerse económicamente. No obstante, en 1912 su rumbo dio un giro inesperado y se entregó de lleno a la poesía.

Nacido en 1886, Kruchenykh vivió en la época dorada de la literatura rusa conocida como la Edad de Plata. Junto a Velimir Khlebnikov, otro futurista ruso, es aclamado como el creador de zaum, un estilo de poesía que juega con palabras desprovistas de sentido. Entre sus logros se encuentra el libreto de la ópera futurista «Victoria sobre el Sol», con escenografía a cargo de Kazimir Malevich. En 1912, dio vida al poema «Dyr bul shchyl»; cuatro años más tarde, en 1916, concibió su obra más famosa, «Universal War».

Su renombre se nutre también de la Declaración de la palabra como tal (1913), donde proclama: «La gastada y ultrajada palabra ‘lirio’ ha perdido toda expresión. Por ende, llamo al lirio éuy, y se restituye su pureza original».

Después de su encuentro con los hermanos Burliuk, emergió como un destacado poeta del cubofuturismo, un estilo que contribuyó a impulsar junto a sus amigos David Burliuk, Vladimir Mayakovsky, Mikhail Larionov y otros compañeros de travesía artística. Participó activamente en la redacción del manifiesto cubofuturista más renombrado, «Una bofetada en el rostro del gusto público», publicado en 1912, reconocido por su audaz proclamación de desterrar a los escritores de antaño «del barco de vapor de la modernidad». De hecho, fue él quien presentó el primer ejemplo de poesía zaum en su obra titulada «Dyr bul shchyl», publicada en el libro «Pomada» de 1913. Junto a Velemir Khlebnikov, se le atribuye el papel de pionero en la creación de este estilo poético. Además, Kruchenykh fue el primer poeta ruso en atreverse a componer un poema utilizando exclusivamente vocales.

Rápidamente se convirtió en uno de los escritores cubofuturistas más fecundos, compartiendo esta distinción con Elena Guro, Khlebnikov y otros colaboradores. Sus obras eran frecuentemente impresas mediante litografía manual y enriquecidas con ilustraciones realizadas por sus compañeros futuristas. Algunos de los títulos más destacados incluían «Un nido de patitos lleno de… Palabras malas», «Ermitaños: un poema», «Mundos al revés» y «Explodidad». Asimismo, no era extraño que colaborara con otros artistas, como Olga Rozanova, con quien concibió el concepto de «samopismo», un libro futurista en el cual el texto y las imágenes se conectaban de manera literal.

Durante aquel verano, hizo una visita a la residencia del compositor Mikhail Matyushin en compañía de Kazimir Malevich (aunque Khlebnikov, lamentablemente, perdió el cheque destinado a su boleto de tren enviado por Matyushin). Juntos, se embarcaron en una colaboración para dar vida a la ópera futurista «Victoria sobre el sol», con la exquisita música de Matyushin, el prólogo a cargo de Khlebnikov, el libreto elaborado por Kruchenykh y la cautivadora escenografía diseñada por Malevich. Esta obra maestra continúa siendo su logro más renombrado, narrando la epopeya de un grupo de futuristas que, desafiando la gravedad, logran apresar al sol, provocando el descontento general. Su estreno tuvo lugar en el majestuoso Teatro Luna Park de San Petersburgo, en un espectáculo organizado con esmero por la Unión de la Juventud. Cabe mencionar que esta producción estaba escrita en un estilo zaum de lo más singular, donde los trajes, hechos de cartón, cobraban vida junto a un aviador y una aeronave reales. Lamentablemente, la audiencia reaccionó con abucheos persistentes y una indignación que llenó el recinto.

Al igual que sus compañeros, Kruchenykh también era capaz de generar conmoción durante sus cautivadoras conferencias y recitales poéticos. En una ocasión, incluso se vio obligado a emplear sus zapatos como escudo para protegerse de una audiencia enardecida y prevenida de saltar al ataque. En otro episodio memorable, derramó té sobre gran parte del público presente, un evento que, según se sospecha, podría haber sido intencional. En 1916, vio la luz su obra «Universal War», la cual él mismo ilustró con cautivadores collages abstractos. Durante el conflicto bélico, desempeñó un rol crucial como dibujante técnico, ofreciendo su talento al servicio de la nación.

Pocos después de los acontecimientos de la Revolución de Octubre de 1917, Kruchenykh emprendió un viaje a la cautivante ciudad de Tiflis, en Georgia. Allí, formó parte de un equipo de constructores de ferrocarriles, y en compañía de su amigo, el célebre vanguardista georgiano Ilia Zdanevich, dieron origen al revolucionario grupo artístico conocido como «41°» (una cifra que alude a la temperatura febril de la innovación). Curiosamente, en aquel lugar también surgió una suerte de instituto consagrado al estudio y exploración de la obra y vida de Kruchenykh hasta aquel momento, aunque se presume que esta iniciativa en realidad solo fue un ingenioso juego de palabras.

Tras la partida de Zdanevich de Georgia, quien en primera instancia se dirigió a Turquía y luego a Francia, Kruchenykh decidió regresar a su amada Rusia en 1921, incansable en su dedicación por publicar nuevos libros, escribir enriquecedores ensayos y ofrecer cautivadoras conferencias en compañía de sus amigos. Sin embargo, sus perspectivas audaces e impactantes pronto generaron tal controversia que las autoridades, sintiéndose amenazadas, decidieron restringir su acceso a los editores, motivo por el cual asumió el desafío de publicar sus propias obras. A medida que los soviéticos promulgaban la prohibición de las expresiones vanguardistas, Kruchenykh se vio compelido a abandonar la poesía y encontrar sustento como archivista. Además, se dedicó apasionadamente a coleccionar y vender ejemplares raros y manuscritos escritos por los talentos de su generación, aunque gradualmente su figura se desvaneció en la oscuridad, siendo reconocido de manera esporádica por el público.

En 1932, plasmó sus valiosas memorias en papel, dejando un legado imperecedero de su singular trayectoria.

Fallece de neumonía 17 de junio de 1968 a los 82 años.

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