Spilimbergo, Lino Enea
Lino Enea Spilimbergo, destacado artista plástico especializado en pintura, grabado y muralismo, se encuentra asociado al movimiento surrealista en compañía de figuras notables como Antonio Berni y Juan Carlos Castagnino. Su legado perdura como uno de los maestros indiscutibles del panorama artístico argentino en el siglo XX.
Su nacimiento tiene lugar en Buenos Aires el 12 de agosto de 1896. En 1899, su madre decide llevarlo a Italia, acompañado de uno de sus hermanos, con el propósito de visitar a la familia en San Sebastiano Curone y Roverazza. Al regresar a Buenos Aires en 1902, inicia formalmente su proceso de formación artística. Después de una fase inicial centrada en la formación industrial, simultáneamente a sus diversas ocupaciones laborales, Spilimbergo se inscribe en la Academia Nacional de Bellas Artes en 1915. Durante este periodo, comparte aulas con destacados artistas como Héctor Basaldúa, Aquiles Badi, Horacio Butler y Alfredo Bigatti. En 1917, culmina sus estudios en la academia, obteniendo el título de Profesor Nacional de Dibujo.
En 1919, da inicio a la presentación de sus creaciones en los salones nacionales, y para 1921, establece su residencia en la provincia de San Juan, donde realiza su primera exposición individual. En 1922, alcanza el reconocimiento al obtener el Primer Premio de Grabado en el Salón Nacional. Durante esos años, un viaje por el noroeste argentino influye notablemente en la temática de sus obras. Posteriormente, retorna a Buenos Aires en 1924.
En 1925, somete a consideración del Salón Nacional las pinturas «Vieja Puyutana», «El ciego» y «Paisaje andino», obras que le valen el Premio Único al Mejor Conjunto, dotado con la suma de 3.000 pesos. Simultáneamente, la Comisión Nacional de Bellas Artes adquiere «El ciego» por 2.000 pesos. Con los fondos obtenidos, emprende un viaje de perfeccionamiento por Europa, explorando el norte de Italia y estableciéndose en París en 1925, en la 7 rue Daguerre, compartiendo residencia con Héctor Basaldúa. Durante su estancia en París, toma lecciones con André Lhote.
En la capital francesa, se une a figuras destacadas como Butler, Badi, Basaldúa, Bigatti y Berni, a quienes se suman más tarde Alberto Morera, Raquel Forner, Víctor Pissarro y Pedro Domínguez Neira, constituyendo el conocido «grupo de París».
En 1926, participa en el Primer Salón Universitario de La Plata, cuyo propósito es exhibir el arte argentino en diversas ciudades europeas. Además de París, la muestra se desplaza por Madrid, Roma y Venecia bajo la curaduría de Víctor Torrini.
Mantiene una constante participación en los salones argentinos, y en 1927 logra destacarse al alcanzar el Primer Premio Adquisición de Pintura en el Salón Anual de Santa Fe.
En 1928, toma parte activa en el «Primer Salón de Pintura Moderna», una iniciativa liderada por Horacio Butler en las instalaciones de la Asociación Amigos del Arte de Buenos Aires. A finales de ese mismo año, regresa a su tierra natal, Argentina, acompañado de su esposa francesa, Germaine, quien se convierte en la musa inspiradora de sus retratos de ojos prominentes. Se establece en Las Lomitas, provincia de San Juan, plasmando los paisajes de la región en composiciones pictóricas estructuradas.
Precisamente, una de sus obras, «Paisaje (de San Juan)», le brinda el honor de obtener el Primer Premio Adquisición en el XI Salón de Rosario de 1929. Esta pieza se incorpora al patrimonio del Museo Municipal de Bellas Artes (actualmente Juan B. Castagnino) en dicha ciudad.
Su retorno a Buenos Aires en 1930 coincide con su participación, a instancias de Alfredo Guttero, en el Salón Anual de Pintores Modernos en la Sala de Exposiciones de la Asociación Wagneriana de Buenos Aires. En el mismo año, realiza una exposición personal. Asimismo, continúa participando en eventos significativos como la Asociación Amigos del Arte en 1931, y en 1932 recibe la invitación para formar parte de la Exposición de Grabadores Argentinos en Nueva York. Durante el período comprendido entre 1930 y 1932, da vida a su serie de «Terrazas», caracterizada por una fuerte impronta metafísica.
Junto a Antonio Sibellino y Luis Falcini, funda en 1933 el Sindicato de Artistas Plásticos. En ese mismo año, colabora con Juan Carlos Castagnino, Antonio Berni y el uruguayo Lázaro en la creación del mural titulado «Ejercicio plástico», obra a cargo de David Alfaro Siqueiros en la quinta Los Granados, propiedad del director del diario Crítica, Natalio Botana. Además, es distinguido con el Primer Premio de Pintura en el Salón Nacional.
Desde 1934 hasta 1939, asume el rol de profesor de Pintura en el Instituto Argentino de Artes Gráficas. Entre 1935 y 1948, ejerce como docente de Dibujo y Pintura en la Escuela Nacional de Bellas Artes «Prilidiano Pueyrredón» de Buenos Aires.
En 1935, inaugura la serie de monocopias titulada «Breve historia de Emma», una narración gráfica cruda que aborda la historia marginal de una prostituta. En 1937, ilustra con aguafuertes la obra «Interlunio» de Oliverio Girondo y recibe el Gran Premio de Pintura en el Salón Nacional, así como la Medalla de oro en la categoría de Grabado en la Exposición Internacional de París.
En 1939, emprende un viaje a Bolivia, experiencia que repite al año siguiente para impartir clases en la Academia de Bellas Artes de Potosí. Realiza una exposición individual en el Museo «Rosa Galisteo de Rodríguez» de Santa Fe y, en colaboración con Berni, contribuye en la creación de uno de los paneles decorativos del Pabellón Argentino en la Exposición Internacional de Nueva York.
En 1943, asume de manera interina la dirección de la cátedra de Dibujo en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional de La Plata, permaneciendo en el cargo hasta agosto de 1944. En este período, logra el Primer Premio en el Salón Municipal de Buenos Aires (1943) con la obra «Joven herido», la cual se incorpora al Museo Municipal de Bellas Artes, actualmente conocido como Museo Eduardo Sívori.
En 1944, co-funda el Taller de Arte Mural junto a Juan Carlos Castagnino, Antonio Berni, Demetrio Urruchúa y Manuel Colmeiro. Este taller es responsable de la decoración de la cúpula de las Galerías Pacífico, culminando esta labor en 1946.
Desde 1948 hasta 1952, ejerce como Profesor de «Dibujo, pintura y composición» en el Instituto Superior de Arte de la Universidad Nacional de Tucumán. En 1949, se realiza una muestra retrospectiva de su obra en este instituto, donde se exhibe por primera vez la serie completa de «Breve historia de Emma». La exposición se presenta también en el Concejo de Educación de Salta y en el Museo de Bellas Artes de Santiago del Estero.
En 1955, regresa a Buenos Aires y en 1956 es designado miembro de la Academia Nacional de Bellas Artes.
A partir de 1959, alterna su residencia entre Unquillo, en la provincia de Córdoba, y Buenos Aires. En 1960, realiza un viaje por Europa, donde pasa temporadas en Génova, Roverazza y Milán, para finalmente establecerse en París.
Fallece en Unquillo el 16 de marzo de 1964. En ese mismo año, el Fondo Nacional de las Artes le rinde un homenaje póstumo organizado por Julio E. Payró.
Las primeras creaciones de Spilimbergo se inscriben en un lenguaje naturalista, donde el artista plasmaba paisajes desolados y retrataba a personajes humildes del interior del país. Durante su estancia en París, dentro del taller de André Lhote, experimenta una transformación al intentar armonizar la tradición de la pintura renacentista con la vanguardia del arte moderno. En este proceso, sus exploraciones convergen hacia el denominado «retorno al orden», una corriente seguida por los artistas de la Escuela de París. De manera similar, se puede percibir la influencia del Novecento italiano en su obra.
Desde el punto de vista iconográfico, Spilimbergo se dedica a diversos temas, incluyendo la figura humana, el retrato, la naturaleza muerta, el paisaje y escenas que abordan la crítica social o poseen una alegoría simbólica. En términos generales, su pintura se rige por la claridad formal y la estructuración geométrica de las formas y el espacio, alcanzando en ocasiones un alto grado de despojamiento. En ciertos momentos, como en la serie de «Las terrazas», adopta un realismo inquietante con matices casi oníricos, reminiscentes de la pintura metafísica italiana.
Dentro del ámbito del grabado, Spilimbergo exhibe un notable dominio de la técnica de monocopia, a través de la cual realiza series cargadas de intensidad expresiva y una observación crítica descarnada, como la dedicada a la «Breve historia de Emma».
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