Rivarola, Carlos

Rivarola, Carlos

Carlos Rivarola, un poeta argentino de vida efímera y tumultuosa, destacó por su voz singular y profundas reflexiones filosóficas.

El poeta y ensayista argentino Carlos Rivarola (1947-75) vivió una vida breve y trágica. Su poesía fue una expresión de su estado de ánimo, marcada por una profunda reflexión filosófica y una intensidad visceral. En sus obras, buscó establecer un vínculo entre el mundo ideal y el mundo real a través del uso de la palabra, que llevaba consigo las circunstancias cotidianas y extraordinarias. Su vida llegó a su fin de manera violenta y en circunstancias aún no completamente esclarecidas, junto a su compañera Inés María Osti. Previamente, Rivarola había sido parte de grupos políticos como el Movimiento Tacuara y Montoneros, aunque se dice que fue expulsado de esta última organización. Cuando aún era adolescente, escribió y editó de forma artesanal dos obras únicas: «Cuando lloren los cierzos» y «Las tumbas salvajes,» ambas en 1966. También produjo un par de plaquettes en ediciones limitadas y fundó la revista Ryan-da, un singular intento grupal autodenominado dadaísta en Argentina, la cual se incluye en esta edición como una solapa desplegable. La última obra publicada por Rivarola fueron tres «anarcopoemas,» dos de los cuales formaron parte del libro «Contigo morirá el sol» (1973) y aparecieron en la revista «Antropos» (1968/69). Además de su obra publicada, existe un corpus significativo de escritos inéditos que esta edición, meticulosamente compilada, presentada e ilustrada por Federico Barea y Nahuel Risso, rescata después de casi cincuenta años de olvido. A pesar de su variabilidad y apertura a diversas influencias, Rivarola nunca fue reeditado (y casi nunca mencionado). «El teatro del espíritu» (1973) recopila parte de su obra escrita que ha logrado sobrevivir al paso del tiempo. Su enfoque fue antropofágico, transitando por las corrientes vanguardistas y otros movimientos intelectuales de las décadas de 1960 y 1970, sin quedar atrapado por ellos. Por esta razón, no tuvo figuras literarias influyentes que lo respaldaran. Su estilo nació y murió con él, dejando una huella única en el panorama literario.

En su obra «La poesía carnada, abracadabras de la imaginación» (1970), Carlos Rivarola expone una fuerte crítica a las limitaciones del lenguaje, su incapacidad para reproducir plenamente los estados del espíritu y «las manchas del ser del espíritu». Este lamento se dirige especialmente al materialismo dialéctico, que, según Rivarola, reduce la humanidad a un simple mecanismo entre estructuras y superestructuras. Su aspiración radica en una praxis poética donde el «logos» o la palabra poética pueda expresar y agradecer el sentido de la vida.

Rivarola busca racionalizar la poesía, llevándola hacia una prosa conceptualizada que, en ciertos aspectos, recuerda a la filosofía de Ludwig Wittgenstein. Destaca la atención que presta a la lógica de las proposiciones, como cuando sostiene que «Lo ilusorio existe, todo lo que existe es ilusorio, todo lo ilusorio que existe no puede desaparecer». Aquí, el término «desaparición» se considera como parte de la existencia en lugar de estar fuera de ella.

No obstante, es en sus poemas donde Rivarola pone verdaderamente a prueba su capacidad expresiva. La mayoría de sus versos contienen pasajes e imágenes de una belleza profunda. En ellos, la ruptura de la conexión entre versos no se limita a influencias literarias, sino que incorpora influencias de diversas disciplinas. Sus versos buscan superar el agotamiento de la repetición y la sistematización, que pueden sofocar la sensibilidad y reprimir la individualidad.

Carlos Rivarola fue uno de los autores que exploró de manera consciente el concepto de la imaginación de manera profunda. A través de su prosa filosófica y, sobre todo, en su poesía, buscó entrenar la percepción de una manera única. Su obra irradia un tono profético y enigmático, como se refleja en frases como «Tú, a quien la palabra Morir hizo que nacieras», o «El diamante será de nuevo carbón antes de volver a ser diamante, el cuerpo será de nuevo semen antes de nacer de sus cenizas con memoria». Para Rivarola, el propósito del arte reside en su manifestación y no en su finalidad.

Carlos Rivarola dejó como legado una serie de valiosos conceptos, y entre ellos, destacan sus reflexiones sobre la idea de lo cíclico como la vía más precisa y hermosa de exploración. Quizás ningún pasaje ilustre este concepto mejor que el siguiente: «No hay destrucción donde lo que muere se transforma». En su visión, la vida se experimenta como un flujo continuo de imágenes irreductibles, de repeticiones cíclicas que sorprenden por su inesperada transformación. En este sentido, su enfoque se asemeja al de James Joyce en «Finnegans Wake» y, antes que él, al de Giambattista Vico, quienes identificaron la transformación como la fuente vital de un flujo eterno.

Carlos Rivarola nos recuerda que entre lo trágico y lo absurdo, entre el nacimiento y la ocultación, aquello que en algún momento nos conmovió tiene la capacidad de conmovernos nuevamente hoy y en el futuro. Su enfoque radical en la imaginación se arraiga en la idea de lo eterno, revelando destellos de una conciencia expandida que trasciende las limitaciones del tiempo y el espacio. Su legado nos invita a explorar la eternidad en lo efímero y a encontrar belleza en la incesante transformación de la vida.

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