Reyes, Alfonso

Reyes, Alfonso

Alfonso Reyes, cuyo nombre completo era Alfonso Reyes Ochoa, fue un destacado ensayista, crítico, poeta y narrador mexicano que mantuvo una estrecha relación con la mejor tradición literaria occidental, desde los tiempos de la antigüedad grecolatina hasta las creaciones vanguardistas de Mallarmé y la estética simbolista.

Su influencia en la cultura de su época fue notable, ya que no solo dejó una huella en sus propias obras, sino que también impulsó la creación de sólidas instituciones dedicadas a la difusión del conocimiento. Además, su legado literario dejó una profunda marca en la generación de escritores mexicanos posteriores a él, entre los que se destacan figuras como Octavio Paz y Carlos Fuentes.

Nacido en Monterrey el 17 de mayo de 1889, Alfonso Reyes provenía de una familia de renombre. Su padre, Bernardo Reyes, fue gobernador de Nuevo León y tuvo una estrecha relación con Porfirio Díaz. Desde su infancia, Reyes estuvo rodeado de un entorno cultural enriquecedor, con abundantes lecturas y experiencias vitales. Ya en la Ciudad de México, formó parte del destacado grupo intelectual de la Escuela Nacional Preparatoria, donde se destacó por su brillantez. Junto a figuras como Pedro Henríquez Ureña, Antonio Caso y José Vasconcelos, fundó el Ateneo de la Juventud, una agrupación cultural que buscaba forjar un México moderno y en sintonía con los avances del mundo contemporáneo.

Después de concluir tempranamente sus estudios de leyes, Alfonso Reyes emprendió un viaje a Europa, profundamente afectado por el asesinato de su padre durante la tumultuosa etapa de la Revolución mexicana, que marcó el fin del gobierno democrático liderado por Francisco I. Madero. Como miembro del servicio exterior mexicano, se estableció en París en 1914, donde publicó su destacado volumen titulado Cuestiones estéticas. A lo largo de medio siglo, la exploración de los fundamentos de la creación poética y literaria se convirtió en una preocupación recurrente en su obra.

A raíz de los estragos de la Primera Guerra Mundial, decidió trasladarse a España, donde compartió trabajos y vivencias con importantes figuras como Juan Ramón Jiménez, José Ortega y Gasset, y Ramón Gómez de la Serna. Durante esta etapa, perfeccionó su dominio del idioma español, lo cual se convirtió en uno de los rasgos distintivos de su estilo literario: una riqueza en el uso de vocabulario y expresiones, construcciones gramaticales poco comunes, el empleo de arcaísmos y una sutilidad en los matices del significado.

Con la publicación de su obra Visión de Anáhuac en 1915, Alfonso Reyes conjuró cualquier acusación de extranjerismo. Este trabajo es considerado una de las visiones más lúcidas y poéticas del México prehispánico, y hasta el día de hoy es lectura indispensable en cursos sobre la cultura mexicana. Como promotor de una «aristocracia del pensamiento», ofrecía un sincretismo colorido entre la cultura occidental y las raíces indígenas, impregnado por la tríada platónica de la verdad, la bondad y la belleza.

Para el año 1927, Alfonso Reyes ya había asumido el cargo de embajador en Argentina, donde brindó un decidido impulso a la obra del entonces joven Jorge Luis Borges. Borges le presentó el manuscrito de su obra El Aleph, y le profesó admiración y agradecimiento durante el resto de su vida. Después de una estancia en Brasil, donde escribió el volumen Romances del río de enero en 1933, se estableció de forma definitiva en México, en una casa-biblioteca que hoy en día lleva su nombre, la Capilla Alfonsina.

Durante los siguientes veinte años, Alfonso Reyes experimentó un auge creativo máximo, y su reputación como educador se consolidó por completo. Aunque fue reconocido por sus contemporáneos y las generaciones posteriores como autor de una destacada obra poética y de ficción, sus logros más significativos se encontraron en el campo del ensayo, donde abordó una amplia gama de temas, desde la teoría literaria y la historia de Grecia, hasta la novela policiaca y las raíces históricas de México. Entre sus obras más destacadas se encuentran Cuestiones gongorinas (1927), Tránsito de Amado Nervo (1937), La experiencia literaria (1942), El deslinde (1944) y Los trabajos y los días (1946).

En su vasta colección de libros, compilada en la serie Obras completas de 28 tomos publicada por el Fondo de Cultura Económica, la escritura de Alfonso Reyes siempre mantiene un tono atractivo, instructivo y coherente, con momentos de brillantez excepcional. Destacan, por ejemplo, el poema dramático Ifigenia cruel (1924), una hábil asimilación de la tradición griega, y el cuento La Cena (incluido en El plano oblicuo, 1920), precursor del realismo mágico y cercano en estilo al relato largo Aura de Carlos Fuentes.

También es destacable la obra póstuma Oración del 9 de febrero (1963), en la cual Alfonso Reyes dedica emotivas palabras a la muerte de su padre. Además, incursionó en diversos géneros literarios, desde el arte culinario con Memorias de cocina y bodega (1953), hasta operetas ligeras, poemas satíricos y obras de ficción como Árbol de pólvora (1953) y Los tres tesoros (1955), basada en un relato de Robert Louis Stevenson que fue adaptado al cine.

Alfonso Reyes fue miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y del Colegio Nacional, y fundó instituciones como el Instituto Francés de América Latina y El Colegio de México, reconocido como uno de los principales centros académicos de alto nivel en el país. Su casa fue punto de encuentro para destacados escritores e intelectuales como Miguel Ángel Asturias, Alejo Carpentier, los hermanos Henríquez Ureña, Salvador Novo, Xavier Villaurrutia y José Gorostiza, entre otros.

Aunque nunca recibió el Premio Nobel, Alfonso Reyes fue candidato en cuatro ocasiones. Sin embargo, su incesante dedicación a la cultura, sus valiosas contribuciones a la literatura mexicana y la calidad de su obra fueron reconocidas con numerosos premios y distinciones, entre los que se destacan el Premio Nacional de Literatura en 1945, el Premio de Literatura Manuel Ávila Camacho en 1953 y el reconocimiento del Instituto Mexicano del Libro en 1954.

En definitiva, su gran maestría y su incansable labor dejaron una profunda huella en el panorama cultural mexicano, influyendo y guiando numerosas actividades en el ámbito cultural del país.

Reyes murió en la Ciudad de México el 27 de diciembre de 1959. Fue enterrado en la Rotonda de los Hombres Ilustres.

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