Costa, Alberto
Alberto Costa nació en la ciudad de Quilmes, provincia de Buenos Aires, Argentina el 24 de diciembre de 1941.
En su camino literario, tejió una trilogía de poemarios.
Además, innovó durante la década del ‘70 con la producción de un «Poema-Manifiesto» titulado «Si mi existencia se apaga».
Fue lanzado poco antes de la violenta llegada al poder de la Dictadura Cívico Militar comandada por el dictador Rafael Videla, del cual se comercializaron 4500 ejemplares en apenas una semana.
Fue uno de los miembros fundadores del Grupo Barrilete y también Co-Director de la influyente y mítica publicación literaria “Barrilete”.
Supo ocupar la posición de Secretario General en la Agrupación Gremial de Escritores.
Partió al exilio el 10 de septiembre de 1977, después de haber estado detenido ilegalmente por fuerzas de la última Dictadura Cívico Militar que azotó a la Argentina.
Encuentró su refugio en la ciudad de Madrid, España, donde lideró al “Equipo Editorial de Francachela”.
Su trayecto laboral inicial lo llevó a una agencia de publicidad, donde cruzó caminos con Enrique Wernicke. Este encuentro marcó su primer contacto con un escritor consagrado, un genuino representante de los «malditos» nativos. Alberto Costa lo observaba detenidamente, al tanto de su ritual de ingerir la primera ginebra del día a las 10 de la mañana, en pos de la «claridad mental». Era una perspectiva compartida por su generación, quizás, ya que Luis Lucchi expresaba opiniones similares, proclamando que su lucidez surgía con el consumo de bebidas alcohólicas, y que sobrio, se tornaba insípido.
Las entrañas culturales del Café Tortoni en Buenos Aires fungieron como escenario donde convergía el grupo literario y la revista “El Grillo de Papel”. Alberto Costa fue aspirante a ser parte de dicho grupo y se incorporó en sus filas con un recibimiento moderado pero esperanzador.
Había algo mágico en observar a las figuras literarias que habían capturado su admiración. Humberto Costantini, un veterinario de profesión que hacía alarde de ello en cualquier conversación, se deslizaba por aquel ámbito. Pero el liderazgo de Abelardo Castillo, innegable e incontestable, reinaba supremo. A pesar de esto, nunca se entabló una relación armoniosa entre ambos. A Costa le costó dar sus primeros pasos verbales en aquel grupo de considerable tamaño. Con el tiempo, tuvo el valor de compartir alguna narración y un par de poesías, aunque entre sus reminiscencias más fuertes se encuentra la primera reunión luego del nacimiento de su hijo Pablo. La noción de la paternidad le resultaba aún desconcertante.
La evolución natural llevó a El Grillo de Papel a transformarse en El Escarabajo de Oro, un período que trajo consigo un cambio de directores y, en consecuencia, un relevo de rostros familiares. En ese instante, el enigmático «negro» Patiño le extendió una invitación a Costa para unirse a las reuniones de El Barrilete, marcando así un nuevo capítulo en su aventura literaria.
Una Transformación Notable: El Encanto del Pelado Santoro y la Constelación Literaria
En ese siguiente capítulo, un panorama completamente distinto emergió ante Costa. El pelado Santoro, un individuo cautivante, dejó su impronta. Nunca antes había presenciado ni leído a alguien que asumiera la poesía con tal grado de seriedad. Santoro cultivaba las palabras, esculpía los versos, danzaba con los ritmos y descifraba los sentidos; un auténtico artesano en acción. Curiosamente, su poesía fluía con una naturalidad que requería poco esfuerzo por parte del lector, un testimonio palpable de su meticuloso trabajo.
La asamblea también contaba con Martín Campos, un heredero de los «malditos», cuyo legado literario se entrelazaba con su esencia rebelde. Horacio Salas aportaba su propia perspectiva, mientras que el sorprendente Felipe Reisin, con una visión única, selló de manera definitiva que el lamento del bandoneón se debía a un viaje demasiado veloz entre Westfalia y Balvanera. Entre los presentes se encontraban Rafael Vásquez, inconfundible en su esencia, y Alicia Dellepiane Rawson, quien se imponía con una presencia propia. Aunque había muchos más, el recuerdo de Costa se inclina hacia aquellos que en aquellos días tejieron vínculos afectivos duraderos.
Sin embargo, los afectos son cambiantes con el tiempo, naturalmente. Como seres humanos, todos evolucionamos, algunos hasta el punto de partir sin previo aviso, dejando un vacío irreparable.
El espacio, aunque limitado, ejercía su función como refugio, ya que, aunque modesto, sostenía la multiplicidad de perspectivas. Este espacio resultó ser el embrión de lo que Costa experimentaría en el tejido literario de Buenos Aires. Pero, el destino tomaría un giro inesperado; el encarcelamiento y la forzada migración marcarían un quiebre irremediable en su trayectoria. Y el exilio, un tajo en la identidad, un corte sin sutura, persistiría hasta hoy, una herida que no cicatriza.
El Espíritu del Barrilete: Fútbol y Literatura en Perfecta Sintonía
La divisa del grupo Barrilete era simple pero profunda: «Fútbol de Barrilete», plasmada en la cola del barrilete que servía de emblema. En esta época, el afable Santoro desempeñaba su labor en el Sindicato de Músicos, lo que posiblemente motivó la idea de que la SADE (Sociedad Argentina de Escritores) era el espacio natural para su congregación. Un colectivo de escritores, autoproclamados «rantes» por vocación, un grupo de «muchachos de barrio» unidos por el lazo común de la poesía. Consideraban que no tenían razón alguna para ceder su espacio a los «Aristócratas de la Literatura». Fue entonces cuando nació la idea de asociarse, y para ello se requirió al menos un libro publicado. Así nació su iniciativa editorial, bajo la denominación de Editorial Barrilete, aunque en realidad eran ediciones de autor con el sello distintivo de la editorial.
Este capítulo marcó un punto de partida significativo para Alberto Costa. En 1965, marcado por esta determinación, publica su ópera prima: «Lo que causa dolor». El lugar elegido para presentarla fue la librería Falbo, ubicada en una galería de la transitada calle Florida. La ocasión resultó sumamente pintoresca. Falbo, un maestro en la organización de presentaciones, atrajo a una gran multitud. Entre los asistentes, Costa recuerda vívidamente la presencia de Bernardo Verbitsky, quien después le dedicaría una carta elogiando sus poemas y brindándole ánimo. También estuvo el político Juan Carlos Coral, editor del periódico «Los de abajo», donde Costa publicó un artículo característico de la época, titulado con audacia: «El acto cultural más importante es la revolución». Además, en esta velada, una joven Mercedes Sosa entonó melodías acompañada por la guitarra de su esposo y editor en ese tiempo, Oscar Matus.
Así, Alberto Costa encontró su lugar en el efervescente tejido cultural de Buenos Aires, tejiendo vínculos con notables figuras de la época y dejando una huella perdurable en el horizonte literario argentino.
El Arte Unificador: Poemas Musicales y la Creación de «Buenos Aires vuelta y vuelta»
En una etapa ulterior, Oscar Matus se convirtió en el artífice de un proyecto audaz: un disco con poemas de destacados literatos como Santoro, Patiño, Margarita Belgrano y Alberto Costa. Los músicos que se sumaron a este emprendimiento compartían el espíritu de los propios escritores, siendo jóvenes talentos que daban sus primeros pasos: Núñez Palacio, hábil en la guitarra, y Oscar Mederos, magistral con el bandoneón. Este notable trabajo fue titulado «Buenos Aires vuelta y vuelta». El impacto fue tan significativo que Costa no retuvo ni una copia en su posesión. En una curiosa coincidencia, el ilustre diagramador e ilustrador de las portadas, cuyo nombre se ha escapado de su memoria, desapareció en el caos de aquellos tiempos oscuros. El tormento del secuestro y la posterior quema de sus archivos por parte de las autoridades llevaron a que su legado se desvaneciera en la bruma del olvido.
Desde una perspectiva contemporánea, en 2001, parece que todos eran «pibes que empezaban». En el contexto de una presentación literaria que contaba con la destacada distinción de la Faja de Honor de la SADE, que entonces se ubicaba en una casona colonial en la calle Méjico, emergió una voz novel que llenaba el espacio: la de Susana Rinaldi. La noción de nuevos talentos emergiendo y compartiendo sus habilidades artísticas se mantiene como un constante recordatorio de la vitalidad y la renovación del mundo cultural.
La Pasión y el Entusiasmo: Un Tapiz de Experiencias que se Entrelazan
Describir la ferviente pasión y el contagioso entusiasmo que impregnaba cada acontecimiento en sus vidas resulta una tarea ardua, pues los episodios eran tan abundantes que se entrelazan de manera inextricable. En su relato, algunas alteraciones cronológicas pueden apreciarse, fruto de la carencia de registros precisos y la intensidad de cada fase. Hubo múltiples etapas, cada una con su propia dinámica. La primera precedió a la era de Onganía, la siguiente se extendió hasta el año 1973 y la última, que parecía la cúspide de su triunfo, desembocó en el secuestro, asesinato, desaparición o exilio de la gran mayoría de los integrantes de aquel grupo y de esa generación.
En la revista que albergaba su espíritu, emergían las voces de los poetas del tango: Discépolo, Homero Manzi, Evaristo Carriego, entre otros. Era una rareza encontrarse con estos nombres en publicaciones literarias tradicionales, demostrando la audacia y la apertura de sus mentes.
Luego, el golpe de Onganía marcó un punto de inflexión. Los recelos comenzaron a emerger, algunos se tornaron más cautelosos que otros en sus expresiones. Dentro de Barrilete, canalizaron su rechazo y algunos miembros optaron por partir. No se puede reprochar esta elección, ya que cada individuo seguía su propio instinto y valoraba su seguridad. Los que permanecieron fueron moldeados por el entorno político, tornándose progresivamente más radicales. Las aguas turbulentas del cambio político y social dejaron su huella indeleble en este grupo literario, que continuó evolucionando y adaptándose a los desafíos que surgían en su camino.
Un Vórtice de Cambio y Desafío: Crisis y la Solidaridad de los Escritores
Entre los años 1974 y 1975, una serie de medidas gubernamentales y no oficiales colocaron a la revista «Crisis» al borde de la clausura, como la amenaza constante de una espada pendiendo sobre su cabeza. Bajo la dirección de Eduardo Galeano, la revista enfrentó una encrucijada crítica. Galeano, en su posición de líder, convocó a una campaña para recolectar firmas con el fin de solicitar la continuidad de la publicación. Alberto Costa, junto con un grupo de amigos, se unió a esta iniciativa, participando en la recolección de firmas en distintos eventos sociales. En un encuentro inesperado, Eduardo Galeano se acercó a Costa, un desconocido en persona aunque no en nombre, y le pidió que no firmara, ya que la firma podría comprometerlo.
El año 1976 trajo consigo un sombrío capítulo en la historia de la literatura argentina. Entre otras figuras notables, escritores como Haroldo Conti, Roberto Santoro, Oscar Barros, Lucina Álvarez, Enrique Coureau y Juan Carlos Higa desaparecieron, víctimas de la creciente represión política. El entorno se volvía cada vez más peligroso y hostil para los creativos que osaban expresar opiniones divergentes o críticas.
Costa, junto a otros escritores valientes, emprendió una serie de giras por la provincia de Buenos Aires, siguiendo la tradición de las compañías de radioteatro. En un único fin de semana, se desplazaban a dos o tres ciudades del interior para leer sus textos y compartir sus voces con las audiencias locales. Incluso llegaron a fletar un autobús para transportar al grupo, que incluía a notables figuras como Luis Lucchi, David Viñas, Haroldo Conti, Santoro, Patiño y otros. Estas giras representaron una forma valiosa de mantener viva la literatura y la expresión en un entorno cada vez más restrictivo y peligroso. Fue un acto de resistencia cultural en medio de tiempos turbulentos.
Un Viaje Trascendental: Congreso Cultural en La Habana y el Contexto Tricontinental
En el año 1967, Alberto Costa experimentó un capítulo inolvidable al ser convocado a un Congreso Cultural que se celebró en La Habana, Cuba, en el contexto de la Tricontinental. Sus recuerdos de aquella época están impregnados de la impronta de una carta de despedida de El Che Guevara, cuya ausencia se sentía profundamente. El lema que se repetía con pasión era «hagamos 2, 3, 100 Vietnams más», reflejando el compromiso solidario con la lucha del pueblo vietnamita en medio de la guerra.
El Congreso Cultural se dividía en dos ejes centrales, cada uno representando perspectivas contrastantes. Por un lado, Lisandro Otero, director de la revista «Cuba», lideraba un enfoque que abogaba por abandonar herramientas artísticas y creativas como pinceles, lápices, instrumentos musicales y zapatos de baile, en favor de armas de combate. Sostenía que la revolución debía ser la prioridad absoluta, y lo demás surgiría como consecuencia natural. Por otro lado, Mario Benedetti defendía un punto de vista en el que, si bien un poema o una pintura no forjarían directamente la revolución, contribuirían al movimiento y a su avance. Esta perspectiva se reflejaba en folletos vietnamitas de aquel tiempo, donde se plasmaba con simplicidad: «nuestros arquitectos arquitectan, nuestros músicos componen, nuestros poetas escriben poesía…».
Este congreso en La Habana encapsulaba la efervescencia política y cultural de la época, fusionando ideales revolucionarios con la expresión artística y literaria. Costa tuvo la oportunidad de ser testigo y partícipe de un momento histórico cargado de pasión, debate y la búsqueda de formas de contribuir a la lucha por la justicia y la libertad en el mundo.
La Plaza de Mayo: Escenario de Confrontación y Tensión
La Plaza de Mayo se convertía en un escenario recurrente, día tras día, abarrotado por una multitud innumerable de individuos que elevaban sus voces en un coro de fervor por la patria socialista o la patria peronista. Entre los gritos de fervor, fluía la sangre, fluida de un grito al siguiente, una danza desgarradora de pasiones en conflicto. Aquellos que abrazaban la causa socialista, antes de dirigirse a la Plaza, impartían instrucciones para neutralizar a otros que también clamaban por la patria socialista, pero con matices y variaciones que los hacían impuros en su perspectiva. Los que abogaban por la patria peronista eran los que arremetían, utilizando disparos, golpes o insultos calculados, formando parte de un plan estratégico. Por contraste, los que no eran considerados puros, aquellos con perspectivas marxistas o marxistoides, eran vistos como intrusos, en la periferia del gran juego, en la periferia del movimiento general. Era esencial combatirlos, una confrontación dentro de la propia confrontación.
Hace casi tres décadas, cerca de treinta años atrás, surgió el concepto de la Doctrina de la Seguridad Interna. La Operación Cóndor surgió como su instrumento, arrojando una sombra oscura y profunda sobre la región. Los 30 mil desaparecidos en Argentina, junto con los miles de desaparecidos en Chile, Uruguay, Paraguay y otros países del Cono Sur, fueron una trágica consecuencia de esta doctrina y su implementación. La historia se vio marcada por una serie de eventos trágicos y dolorosos que dejaron cicatrices en la sociedad, un período sombrío en el que los valores humanos y la dignidad fueron aplastados por las maquinaciones de poder y control.
El Grupo Barrilete: En el Epicentro de la Euforia y el Activismo
El Grupo Barrilete, siempre en el epicentro de la efervescencia cultural, participaba de forma activa en la escena. Estuvieron presentes en cada acto masivo, inundando el espacio con volantes que llevaban poemas, cada uno con la firma del respectivo autor. Era su manera de contribuir y conectar con el público en medio de la euforia colectiva, dejando su huella artística en cada rincón.
En un giro trascendental de su vida, Alberto Costa se encontró inmerso en una experiencia de 13 meses tras las rejas en la U-9 de la ciudad de La Plata debido a una detención totalmente arbitraria y persecutoria. Fue un período sumamente desafiante, de privación de su libertad y de la quema de su biblioteca y archivo que dejó una marca indeleble en su historia personal.
Su «Poema-Manifiesto» titulado «Si llego a morir» se convirtió en una declaración poética audaz publicado escasos días antes del fatídico Golpe de Estado Cívico Militar que tuvo lugar el 24 de marzo de 1976.
Este “poema-advertencia” se convertiría en un testimonio vivo de los tiempos horrendos que vivía el país.
Entre sus principales obras se encuentran:
Lo que duele, 1965
Poemas con taquicardia, 1967
Poemas a la marchanta, 1973
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