Aizenberg, Roberto

Aizenberg, Roberto

Roberto “Bobby” Aizenberg, destacado pintor y escultor surrealista argentino.

Nació en una familia que se trasladó tempranamente a la provincia de Entre Ríos, instalándose en la localidad de Villa Federal —hoy llamada Federal—. A los ocho años se mudó junto a sus padres a Buenos Aires, asentándose en el barrio de La Paternal, donde cursó sus estudios en el Colegio Nacional Buenos Aires. Inició la carrera de arquitectura, aunque pronto la dejó para dedicarse por completo al arte.

Sus primeros pasos fueron como discípulo de Antonio Berni, y más adelante de Juan Batlle Planas, quien lo orientó en la exploración del surrealismo durante la década de 1950, una filiación estética que marcaría profundamente su producción.

En 1969, el Instituto Torcuato Di Tella organizó una amplia muestra retrospectiva dedicada a su obra, que reunió dibujos, collages, pinturas y esculturas, consolidando su presencia en la escena artística argentina.

A comienzos de los años setenta comenzó a convivir con la periodista y escritora Matilde Herrera y los tres hijos de ella. Tras el golpe de Estado que instauró la dictadura autodenominada Proceso de Reorganización Nacional, los hijos de Herrera y sus parejas fueron secuestrados entre 1976 y 1977; una de las jóvenes, Valeria Belaustegui, estaba embarazada. Todos permanece desaparecidos, un drama que marcó profundamente la vida personal de Aizenberg.

En 1977 debió exiliarse en París debido al clima represivo en la Argentina. Tras el retorno democrático, regresó a Buenos Aires en 1984. Su trayectoria fue reconocida con el Premio Konex – Diploma al Mérito en dos ocasiones, 1982 y 1992.

Falleció en Buenos Aires el 16 de febrero de 1996, mientras trabajaba en la preparación de una gran retrospectiva en el Museo Nacional de Bellas Artes.

Aizenberg manifestó a lo largo de su vida una profunda admiración por la arquitectura —en particular por la del Renacimiento—, afinidad que compartía con artistas como Giorgio de Chirico. Esta fascinación se tradujo en una iconografía singular: torres solitarias, ciudades desiertas, edificaciones enigmáticas, construcciones poliédricas y espacios donde el silencio parece adquirir forma.

Su técnica se destacaba por el uso de óleos de secado lento, que le permitían alcanzar superficies pulidas, densas y de un brillo excepcional, características que dotan a sus obras de una presencia inquietante y profundamente personal.

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