José Alfredo Hernández (1910–1962): el poeta peruano discreto de la Generación del Novecientos fue además dramaturgo cuya obra, aunque influyente en círculos literarios, permaneció en gran parte desconocida al gran público.

Nacido en Perú en 1910, integró los grupos literarios Los Duendes y Areópago, junto a figuras como Martín Adán, su hermano Enrique Peña Barrenechea, Emilio Adolfo Westphalen, César Moro y Carlos Oquendo de Amat.

En 1931 vio la luz su primer poemario, Tren, una obra temprana que reveló su sensibilidad vanguardista, tendencia propia de su generación. Fue precisamente Martín Adán quien reconoció con acierto el valor literario de la poesía de Hernández, destacando su voz dentro del panorama peruano de vanguardia.

A lo largo de su vida, Hernández se mantuvo fiel a sus ideales estéticos, aunque su perfil discreto y una obra limitada en cantidad dificultaron su reconocimiento masivo.

Falleció en 1962, cuando contaba con 52 años.

Aunque poco documentada, se sabe que Hernández ofreció lecturas en círculos literarios de Lima durante los años treinta, participando en tertulias organizadas por la revista Amauta.

Su estilo poético, marcado por la experimentación y el ritmo modernista, fue valorado por críticos como Ricardo González Vigil, ligado al estudio de la vanguardia peruana, aunque no contó con ediciones póstumas de su obra.

Tampoco se han encontrado registros de premios o reconocimientos formales, lo que refuerza su condición de figura marginal pero significativa para la Generación del Novecientos.

Entre sus principales obras se encuentran:

Tren, 1931
Del amor clandestino y otros poemas incorporados, 1936
Legislación del alma, 1938
Ángel agitado, 1941