Correas, Horacio

Correas, Horacio

Horacio Correas, una figura que destacó como periodista de renombre, también poseía un talento poético extraordinario que, lamentablemente, no ha recibido el reconocimiento que merece.

En su faceta como periodista, Horacio Correas abrazó diversas responsabilidades, incluyendo la crítica teatral y artística, así como el papel de editorialista. Su experiencia en el mundo del periodismo lo llevó a ocupar el puesto de director del Museo Castagnino en los últimos años de su vida. Fue en este período que Rubén de la Colina asumió la responsabilidad de liderar la institución y descubrió una serie de escritos que Correas había dejado inconclusos cuando la muerte lo sorprendió. Estos escritos, que esperaban ver la luz, finalmente fueron publicados hacia 1980, quizás incluso a finales de 1979, en pequeños volúmenes diseñados con esmero por Jorge Vila Ortiz.

El conjunto de escritos incluía un cuento y tres poemas, una obra que, aunque breve en extensión, era rica en profundidad y significado. El cuento, en particular, resonaba con una melancolía que tocaba el corazón del lector. Los poemas, por su parte, desplegaban una belleza innegable, aunque la fecha exacta de su creación permanece en el misterio. Se presume que estos versos pueden haber sido escritos durante el período en que Correas desempeñó su rol en el Museo Castagnino.

A pesar de que su nombre puede no ser tan reconocido como el de otros artistas de su época, Horacio Correas dejó una huella imborrable en el mundo del periodismo y la poesía. Su legado perdura en sus escritos, que siguen siendo una fuente de inspiración y reflexión para quienes tienen el privilegio de descubrirlos en la actualidad. La trascendencia de su obra es un testimonio de su habilidad para capturar la esencia de la vida y la condición humana a través de las palabras.

Uno se llamaba “Canto menor” y estaba dedicado a su amigo, el doctor Ernesto César Bonofiglio. Decía así: «La vida / caza / imágenes. /Alguna vez / se pierden / mas otras / resucitan empolvadas / golpean / la aldaba / del recuerdo / detrás / de un gesto, / un ruido, / una palabra. / Imágenes / de viento / de nube / o pensamiento / hieren, acarician, taladran / o arrodillan / el alma / estremecida / con peso / de secreto. / La vida / caza / imágenes / como la muerte / apila cadáveres».

Otra era la descripción de los domingos de un periodista. Los periodistas de alguna edad encontrarán en el poema el clima de otros tiempos, cuando había un solo día libre y algunos lo tenían el domingo. «Retorcido dolor, el ciudadano / luces eléctricas ensayando guiños / en lento anochecer que huye a la mano / un lejano canto de niños. / Descanso dividido en siete días; las veinticuatro horas del domingo, / olvido del trazado de las líneas / de mis seis días de periodismo. / En producir lo inédito y guardado / con mano fiel y ritmo descuidado / en cofre abierto de mi intimidad, / que olvidará mañana, más abúlico, / cuando me deba todo entero al público / ansioso siempre de novedad…».

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